“El arte del videoclub”

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“El arte del videoclub”, editado por The Force Books, representa aquel nostálgico período de creatividad artística lleno de impresionantes e inspiradoras obras de arte en forma de carátulas, que cautivan a la imaginación, representado durante el auge del alquiler de películas en aquellos clásicos establecimientos tan frecuentados el siglo pasado.
El libro repasa la trayectoria de la comercialización de las cintas de video en España, y en pleno homenaje a la década maravillosa de los 80, explota con una suculenta e indulgente mezcla de diseño e ilustración, dirigido por Ismael Rubio, cineasta empedernido y fanático del extraordinario mundo del videoclub.
Se trata de una selecta recopilación de más de 200 carátulas cargadas de historia en imágenes potentemente visuales de diversos subgéneros como el Kung Fu, comedia adolescente, spaghetti western, hentai, giallo, o fantasía heroica.

LOS VIDEOCLUBS EN ESPAÑA
En la actualidad es difícil imaginar un mundo sin internet y sin acceso inmediato a los contenidos audiovisuales. Ese mundo existió, y lo curioso es que tampoco han pasado tantos años de aquello. Los que se acercaron al cine en la década de los 80, se pueden sentir unos auténticos privilegiados. El cine se saboreaba con mayor intensidad. El efecto de inmediatez no ha beneficiado al sector, y mucho menos a los espectadores más jóvenes.
La eclosión de los videoclubs, a mediados de los 80 en España, comienza a ser reivindicada como una apuesta cultural que formó a millones de espectadores en nuestro país. Esos pequeños establecimientos de barrio, con auténticos expertos tras los mostradores, creaban la experiencia cinematográfica desde que entrabas en ellos. Ese olor característico a plástico usado, una y otra vez, resultaba hasta llamativo. Y ya no digamos las enormes colas que solían verse los fines de semana. Llevar una bolsa con el logo de ciertos videoclubs tenía casi, sin exagerar, un punto de estatus social nuevo. Ser socio era alcanzar otro nivel, al igual que tener en casa la posibilidad de ver tus películas favoritas desde la comodidad del sillón. Por aquel entonces, la oferta cinematográfica, si añadimos la que ofrecía los dos únicos canales de televisión, era inmensa, y en el caso de esta última de mayor calidad que la emitida hoy en día.
Aun así, el videoclub imponía sus propios tiempos, o más bien lo hacía una industria más respetuosa por las salas de cine. Algunas de las películas estrenadas podrían llegar a tardar un año, como muy pronto, hasta que estuviesen expuestas en las estanterías. Y no había decenas de copias, tal y como impuso el desastroso modelo de negocio de la cadena Blockbuster una década más tarde. En algunos videoclubs había una copia por título, y precisamente los tiempos de espera reforzaban aún más si cabe la experiencia.
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LAS CARÁTULAS
Las carátulas de esos estuches manoseados eran, al igual que los fotocromos en los vestíbulos de los cines, el primer bastión que haría que una película se fuera contigo a casa o no. Sus diseños eran de lo más variopinto, desde las carátulas grises –con aspecto a videoteca de lujo- de CIC Vídeo, pasando por los estuches blancos de Disney Home Vídeo, distribuidos por Filmayer, hasta llegar a las más peculiares empresas con fondos de catálogo que harían palidecer a cualquier defensor de lo políticamente correcto.
En el vórtice que se producía en el videoclub, la carátula reinaba con merecidas razones. El acceso a los tráilers era muy limitado y la información cinematográfica no solía centrarse en títulos menores que, en muchas ocasiones, eran las auténticas joyas a descubrir en las estanterías. Algunas carátulas tenían el don de asombrarnos, de hacernos partícipes de los mundos de fantasía y aventura de sus películas sin tener la necesidad de verlas. Muchas eran evocadoras, y no solo sabían capturar la esencia de lo que nos íbamos a encontrar, ya que a veces iban un paso más allá. Un trabajo artístico, asociado a un marketing artesanal, del que participaron diseñadores anónimos, injustamente olvidados. Nombres como Drew Struzan, John Alvin o Noriyoshi Ohrai ya han entrado en el olimpo del culto cinematográfico, pero otros jamás serán recordados.
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En este enlace podéis ver un vídeo en el que se repasa el contenido del libro.

Francisco Javier Millán

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