Se vende como el final de la saga, como la película que viene a cerrar el gran arco argumental de la familia Skywalker. Cuarenta y dos años nos contemplan de historia del cine, y nos retrotraen al ya lejano 1977 en el que el concepto de franquicia estaba todavía por definir. La película fundacional, ahora conocida como Una nueva esperanza, lo cambió todo, estableciendo los parámetros que todavía dominan en la industria. ¿Es capaz este último capítulo de estar a la altura de semejante legado? La respuesta es sí, pero con matices.
La compra por parte de Disney del imperio de Lucasfilm en 2012 creó una profunda perturbación en Hollywood. El anuncio de una nueva continuación de Star Wars para diciembre de 2015, apenas tres años después, tan solo fue una maniobra para rentabilizar el producto recién comprado frente a los inversionistas. Puro negocio del interior de los despachos en este gran gigante del entretenimiento. El resultado dio lugar a una precipitada continuación dirigida por J. J. Abrams que, aun expresando un gran amor y cariño por la trilogía clásica, se le acusó de estar demasiado aferrado al concepto de remake. Aun así, fue capaz de poner la semilla de dos personajes fundamentales, Rey y Kylo Ren, cuya dinámica resultaría ser de lo más gratificante en los dos episodios siguientes.
Abrams regresa a la dirección tras el vapuleo que recibió Rian Johnson, un cineasta denostado por cierto sector de fans que no aceptaron sus decisiones en Star Wars: Los últimos Jedi. Por ello su conclusión se debate entre contentar a la mayoría mientras intenta arreglar algunos detalles que para nada resultaban discordantes con el tono que se pretendía conseguir. Es más, muchos de los aspectos del conflicto entre Kylo y Rey expuestos en el octavo episodio son de las mejores propuestas de esta última, por el momento, trilogía.
Y es que, más allá de desenlaces épicos con cientos de naves, al final lo que perdurará en la mente de los espectadores es el desarrollo de ambos protagonistas. Daisy Ridley posee un carisma innato para con el personaje, pero, quien realmente se lleva todos los honores es un enorme Adam Driver. Sin miedo a equivocarnos podemos decir que ésta es la trilogía de Kylo Ren por derecho propio. Cuando revisemos en un futuro estos films, viéndolos en perspectiva, focalizaremos más la acción en su figura que en el resto del reparto.
Hay que reconocer que el guion tiene flecos, y que traer a Palpatine en el último momento parece más una maniobra improvisada que un plan maestro. ¿Acaso no hubiera sido más sugerente haber planteado la amenaza de Exegol ya desde El despertar de la Fuerza? El misterio que supura la primera secuencia nos demuestra la gran oportunidad perdida con respecto a esta idea.
A pesar de ello el nuevo film de Abrams consigue, gracias a su eco grandioso, convertirse en una cinta de hazañas espaciales fantástica. Su primer tramo, al más puro estilo Indiana Jones, es sencillamente delicioso. Puro folletín de aventuras sacado de los seriales de los que tanto bebía George Lucas, el padre de la criatura. Y tras las revelaciones, si uno se deja seducir por su entretenimiento, que lo hay, y mucho, saldrá más que satisfecho.
Ahora solo resta que sus responsables se den una pausa, con más o menos tiempo para tomar aire y regresar a la galaxia muy muy lejana con energías renovadas. Y si en esta ocasión lo tienen todo más hilvanado el disfrute será aún mayor. Tiempo al tiempo.
Podéis ver su tráiler pinchando en el siguiente enlace.