Niños sin etiquetas, cómo fomentar que tus hijos tengan una infancia feliz

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He tenido la oportunidad de entrevistar a Alberto Soler que es psicólogo y Máster en Psicología Clínica y autor del libro ‘Niños sin etiquetas’ (Ed. Paidós) que os recomiendo totalmente. Alberto dirige un centro de psicología para adultos y niños que lleva su nombre y está en Valencia. Está casado con Concepción Roger, también psicóloga y coautora del libro. Con Concepción tiene tres hijos. Así que saben de lo que hablan. En ‘Niños sin etiquetas’ Alberto Soler nos ayuda a fomentar que nuestros hijos tengan una infancia feliz sin limitaciones ni prejuicios. Tenéis que leer este libro poco a poco y aplicar a la practica todo lo que explican sus autores. Tenemos que replantearnos el modo en el que nos comunicamos con los niños. No tenemos derecho a ponerles etiquetas porque cada ser humano tiene el derecho a definirse como mejor crea y a crecer sin esos condicionantes negativos que tantas veces implican las etiquetas.

Alberto ¿Las etiquetas nos persiguen en la vida?
AS.- Totalmente, las negativas y las positivas. Si te están diciendo el entorno más cercano que eres simpático, conflictivo, pesado, divertido, perezoso, activo, aventurero, comilón, pesimista, alegre, impulsivo, inconsciente, nervioso, constante, trabajador, holgazán, etc. creces creyendo que así es como eres. Todos tenemos ideas más o menos claras acerca de lo que nos gusta o de nuestra forma de ser, forman parte de nuestro yo, de nuestra esencia, parte de esas ideas provienen de nuestras propias experiencias pero otras de esas ideas proceden de la información acerca de nosotros mismos que nos ofrecen los demás.
Si le decimos a un niño que es desobediente, lo más probable es que la próxima vez que le pidas algo no te haga ni caso porque su cerebro le dice que los niños desobedientes no hacen caso. Asumimos que todos los padres lo hacemos de la mejor manera que sabemos en gran parte condicionados por la forma en la que nos educaron a nosotros.
Una etiqueta se puede poner con relativa facilidad, pero, una vez puesta, cuesta mucho quitarla. Llega un momento en que dejamos de ver a las personas y nos quedamos solo con las etiquetas que nosotros mismos les hemos puesto, aunque los motivos que nos llevaron a asignarles tales etiquetas hayan desaparecido hace tiempo.
Todos los seres humanos y más los niños, somos un crisol de emociones, sentimientos y contradicciones. Crecer sin cierto grado de rebeldía, timidez, miedo o enfado sería desastroso y, por tanto, es imprudente e injusto etiquetar a los niños basándose en esos comportamientos, bien sea para culpabilizarlos o silenciarlos.

¿Cuáles son las etiquetas más dañinas para los niños?
AS.- Las peores son las que se hacen con el género desde que son bebés. A una niña se le dice bonita muchas veces y princesa. A un niño se le dice valiente, fuerte… Estas etiquetas les transmiten cómo deben comportarse para recibir nuestra aprobación; al final les acabamos dando un trato diferenciado, y con el paso del tempo, al final acabamos con la situación que tenemos actualmente: hoy en día las mujeres tenéis sueldos inferiores a los hombres ocupando los mismos puestos de responsabilidad, no ocupáis puestos directivos o sois víctimas de la violencia machista. Tenemos que dejar de educar a las niñas para ser pasivas y complacientes. Desde pequeños los niños y niñas son esponjas, escuchan y absorben toda la información que les damos. Nuestros mensajes, las etiquetas, influyen en su crecimiento.

También comentas que en la mayoría de los casos cuando un comportamiento de un niño se repite una y otra vez, más que un ‘defecto de fábrica’, lo que solemos encontrarnos es una necesitad insatisfecha. Háblame de este tipo de necesidades que la vida no nos deja ver.
AS.- Las necesidades fisiológicas son las primeras en las que solemos pensar y en nuestro medio afortunadamente suelen estar bien cubiertas. Me refiero a las necesidades afectivas que a veces ignoramos. Los niños necesitan sentirse escuchados y sentir que son parte de la familia, que estar ahí tiene un significado. Necesitan no solo ser importantes para nosotros, sino sentir que realmente lo son. De la satisfacción de sus necesidades básicas y del respeto a sus derechos depende su salud presente y futura por eso deberíamos interiorizarlos y entender lo que realmente son: derechos y necesidades, es decir, no hablamos de caprichos o privilegios que le podamos dar o quitar a voluntad. Un ejemplo claro es el derecho al juego, recogido en el artículo 31 de la Convención sobre los derechos del Niño.

Todo esto que nos cuentas no sirve solo para los niños sino también para los adultos ¿Cómo nos comunicamos?
AS.- Hasta no hace mucho estaba normalizado el hecho de hablar mal a los niños, gritarles, ridiculizarles… Aunque esto ha cambiado aún queda mucho camino por recorrer. Hay personas que creen que hablar así es legítimo y lo más normal del mundo.
En una casa en la que todos se sientan cómodos para expresar su opinión, donde se sientan respetados y valorados, será un lugar mejor en el que crecer y desarrollarse como personas. De poco sirve hacer actividades supereducativas y superestimulantes, si luego nuestras relaciones con nuestros hijos se basan en gritos, desprecios, castigos y mal humor.

En el libro hablas en reiteradas ocasiones de ponernos en su piel para no utilizar las etiquetas, de la comprensión y de la empatía ¿deberíamos educarnos en la paciencia?
AS.- Totalmente.

Me ha encantado también la metáfora del iceberg que habla del maltrato. ¿Por favor, puedes explicarla?
AS.- Gritar, castigar o ignorar a un niño no nos convierte inmediatamente en maltratadores pero cuanto más gritamos, amenazamos, insultamos, chantajeamos, castigamos, ignoramos, ridiculizamos peor estamos tratando y más nos acercamos a ese punto al que nadie quiere llegar. La metáfora del iceberg pone de manifiesto que el maltrato, las amenazas, los gritos, los insultos, son solo la parte visible de un problema. Debajo de él se esconden muchos otros gestos que percibimos como menos graves, pero que en función de su frecuencia en intensidad sientan las bases de esta parte visible. Me refiero al chantaje emocional, humillar a un niño, infundirle miedo, desatender sus necesidades emocionales (como ya me he referido), engañarle, ignorarlo, etiquetarlo, no escucharlo, darle una alimentación obesogénica, obstaculizar su autonomía, no ponerle límites, castigar, ridiculizarle e incluso, exponerlo a contenidos audiovisuales no aptos para su edad, entre otros.

AS.- Asumimos como normales dentro de la educación los castigos, el uso del miedo como herramienta… Para cambiar esto lo primero es ser conscientes. Si al leer las páginas de mi libro os replanteáis algunas de las actitudes o formas de comunicaros con vuestros hijos y esto os motiva a relacionaros de una manera más amable con ellos, habremos cumplido nuestro objetivo.

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Maria Jose Cayuela

Periodista en Onda Cero y Prensa Ibérica. Madre de niño y niña. Antes de mi maternidad recorrí todo el mundo, también gracias a mi profesión. Ahora sigo haciéndolo con mis hijos. En familiasactivas.com vamos a compartir contigo todos los lugares a los que podrás ir con los tuyos para disfrutar del tiempo en familia. También te propondremos actividades educativas de ocio para realizar con ellos. Porque estos años son, sin duda, los mejores de tu vida.

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One Comment

  • Muy enriquecedora e interesante la entrevista. No es fácil adoptar alguna de las recomendaciones del sr. Soler en cuanto a las etiquetas, pero sí que hay tratar de evolucionar y mejorar la metodología de educación que tenemos en casa los padres. Sí que es cierto que está muy estandarizado el gritar, castigar o “chantajear” a los peques según sus comportamiento, y claro, no sabemos a ciencia cierta qué consecuencias tendrán estas actitudes a medio plazo en su desarrollo.

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