Steven Spielberg es mucho más que un director, es toda una referencia cultural y emocional para varias generaciones, especialmente para aquellos que fueron niños o adolescentes entre los años 80 y principios de los 90. Una época en la que entrar en una sala de cine era todo un salto hacia la magia, en unas décadas donde dominaban las grandes salas en los centros de las ciudades y llegaba el boom de los videoclubs. Un tiempo en el que las películas se estrenaban tres o cuatro meses más tarde que en los Estados Unidos, y cuyas imágenes previas tan solo se veían en viejos anuncios de televisión o en los clásicos fotogramas pegados en los corchos del hall del cine. Había una oferta menor todos los viernes, pero era más que suficiente para colmar la imaginación de la audiencia.
Ready Player One se convierte, paradójicamente dentro de su modernidad, en todo un compendio del cine, la música y los videojuegos de hace 30 años. Una película que probablemente no logrará marcar de la misma manera que E.T., Los Goonies o Regreso al futuro, pero que servirá para enseñar a las nuevas generaciones el verdadero palpitar de la gran pantalla.
Spielberg de nuevo se vuelve juguetón, fantasioso e increíble, tras varios años repletos de grandes dramas históricos. Detrás de su nuevo filme está el mismo hombre que creó aquella productora mítica, Amblin Entertainment, el director, y también productor, de auténticos parques de atracciones. Se trata, sin duda, de una evolución natural, tanto técnica como narrativa, de aquel regalo titulado Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio estrenado en el ya lejano 2011.
La inmersión de los espectadores en la acción resulta abrumadora, sobre todo en su primer tramo, mientras las referencias a la cultura pop se suceden a una velocidad de vértigo. Un festín audiovisual, que lo es aún más, para todos que han crecido con el mando de una consola de videojuegos en la mano o con una casete en un viejo walkman. Para su realización se ha procedido a la unión de diferentes compañías de efectos digitales, especialmente Industrial Light & Magic de Lucasfilm y Digital Domain de James Cameron. Todos ellos conforman un universo virtual sin parangón, capaces de injertar escenas de un filme como El resplandor de Stanley Kubrick con una apabullante veracidad, e incluso mostrar imágenes bellísimas como la del baile en la discoteca.
Y no todo se queda aquí, el razonamiento y la moraleja que se sirve es entre terrorífica y esperanzadora. El futuro es presentado como un mundo en el que lo real está desprestigiado, mientras que lo virtual es la única salida para experimentar más allá de las penurias de la vida cotidiana. Es decir, una plataforma en la que realmente te puedes sentir importante. Una reflexión demoledora hacia todos aquellos que convierten las redes sociales en una versión distorsionada de su realidad. Y es que ya se dice con total claridad en la película: “No hay nada más real que la propia realidad”.
Puedes ver el tráiler en el siguiente enlace.