Probablemente Coco sea la película de PIXAR más interesante de los últimos años. Una propuesta que no solo destaca por su gran factura técnica, sino también por un guion con alma y verdadero espíritu. Todo en ella gira alrededor de las tradiciones de la fiesta mexicana del Día de los Muertos, dotando a esta producción de una iconografía y colorido únicos.
Al frente de la misma se encuentra Lee Unkrich, un hombre que comenzó en la compañía como editor desde los tiempos de la ya lejana Toy Story. Por su sala de montaje han pasado títulos tan imprescindibles como Monstruos S.A., Buscando a Nemo y Ratatouille. Su salto a la dirección llegaría con la tercera aventura de Woody y Buzz Lightyear, siendo Coco su segundo largometraje, co-dirigido, en esta ocasión, con Adrián Molina.
Ambos han realizado un respetuoso acercamiento a la cultura mexicana. Aprovechan sus estereotipos, pero para nada los usan de manera despectiva como suele ocurrir en otras cintas norteamericanas. Su acierto radica especialmente en el uso de elementos universales, como es el caso del recuerdo hacia nuestros seres queridos desaparecidos. En el fondo la película es un claro homenaje a todas aquellas personas que vivieron antes que nosotros, inspirándonos y trazando el camino por el que posteriormente andaríamos. El respeto a las generaciones que nos han precedido, siempre desde el punto de vista de la mirada amable a la que nos tiene acostumbrada Disney.
La historia sitúa como protagonista a Miguel, un joven que desea convertirse en la próxima leyenda de la música, muy a pesar de la prohibición de su familia. El chico es un claro ejemplo de héroe marca de la casa, ya que, a pesar de las grandes dificultades, conseguirá encarar sus objetivos de una manera sorprendente. Miguel no estará dispuesto a renunciar a su vocación.
Ya desde sus primeras líneas el guion es un canto a la cultura popular que rodea a la festividad de principios de noviembre. Su grado de minuciosidad hace que, incluso, se respete el doblaje mexicano para el mercado español, tal y como ocurría en las añoradas cintas de Walt Disney. Precisamente éste era un gran amante de los países latinoamericanos, aspecto que demostró ampliamente en las un tanto olvidadas, Los Tres Caballeros y Saludos Amigos.
En el instante en el que descubrimos el puente hacia el más allá, la película se torna en un auténtico festival de luz y sonido. La ciudad de los muertos es un derroche continuo de imaginación, aunque en ella algunos encontrarán puntos en común, bastante notables, con La novia cadáver de Tim Burton y, especialmente, con El Libro de la Vida de Jorge R. Gutiérrez.
Es en estas escenas donde el film de PIXAR deslumbra por todos los costados, aportando un torbellino de emociones que atrapa a los espectadores con gran eficacia. Las calles de la ciudad están paradójicamente llenas de vida, aunque siempre manteniendo como peligro fundamental el factor del olvido. Cada uno de nosotros, independientemente de las creencias que profesemos, haremos un sitio en nuestro corazón a estos personajes. Y lo que es más importante, conseguiremos remover el interior en base a nuestras propias experiencias personales. Todos, en mayor o menor medida, tenemos a alguien al que intentamos no olvidar, sea humano o mascota. Todos los seres vivos tienen cabida en los sentimientos, sobre todo si éstos han dejado una huella imborrable. Auténticos guías espirituales que, al igual que la película, nos ayudan a comprender nuestra verdadera existencia. Vida y muerte se dan de la mano en el principio y el fin. Algo inevitable, ya que es ley de vida.
Podéis ver el tráiler clicando en el siguiente enlace.