El director Stephen Chbosky, conocido por la magnífica Las ventajas de ser un marginado, firma una nueva película que también gira alrededor del concepto de ser diferente en un entorno poco apto para ello. Wonder tiene como protagonista a Auggie, un niño de diez años que nació con importantes deformidades faciales. Su vida hasta ese momento ha transcurrido entre operación y operación, sometiéndose hasta 27 veces a la cirugía plástica. Para él su mayor desafío será encajar en un colegio con niños y niñas “normales”.
De este film prodigioso cabe destacar principalmente la interpretación de Jacob Tremblay, un joven actor canadiense que ya nos hizo temblar de emoción con La habitación. En esta ocasión, bajo diferentes capas de maquillaje, Tremblay otorga una gran sensibilidad al personaje de Auggie. Su mirada triste, a la vez que llena de ilusión, responde a su deseo de querer ser como los demás, de poder ser aceptado dentro de un grupo que siempre le rechaza.
La película aborda una historia perfecta para ser vista por los más jóvenes, ya que tras ella se esconden unos valores fundamentales que deberían prevalecer siempre en el aula. En una sociedad como la actual donde la ley del más fuerte se impone, tenemos que hacer comprender a las nuevas generaciones que esta vía no es la correcta. Poco a poco la lacra del bullying y otras formas de acoso deben ir desapareciendo. Está demostrado que esta clase de comportamientos no reportan beneficios a ninguna de las partes.
Wonder nos enseña lo diferente como parte de nuestra diversidad natural. Auggie es capaz con sus tímidos actos de calar en el corazón de sus compañeros y sus padres. No en vano, él mismo, al verse al fin aceptado, llorará de felicidad como acto reflejo de unos sentimientos que habían estado reprimidos por una falta de cariño fuera del seno familiar. Hasta ese instante se aislaba con un casco de astronauta, fruto también de su pasión por el espacio y la saga de Star Wars.
El director se maneja a la perfección entre el drama y la comedia, contando para ello en el reparto con actores de sobrado prestigio como Julia Roberts, Owen Wilson y Mandy Patinkin.
En los tiempos que corren pocas películas son planteadas desde el punto de vista del afecto. Los mimbres de su guion están construidos alrededor de la importancia de la amistad, palabra denostada y mal utilizada en muchas ocasiones.
Las peripecias de Auggie podrían haber caído en la sensiblería más barata, pero su dinámica actúa en una dirección repleta de virtudes y buenas intenciones. No estamos ante un mero film de sobremesa con problemas familiares, más bien se trata de un brillante acercamiento a la infancia desde los ojos de un niño que no ha podido ejercer como tal en la vida. La superación de las dificultades que uno mismo debe afrontar, desde el prisma de la ilusión de sentirte querido dentro del grupo de tus compañeros de colegio.
De todas las escenas nos quedaríamos con aquella que se sucede posteriormente a la pelea entre dos chavales que discuten por él. Una madre se enfrenta con el director aludiendo que no hay que educar en positivo, sino todo el contrario. Ella cree que el mundo es un lugar cruel, y la educación, según su opinión, debe ir preparando a los pequeños para que se enfrenten a este panorama. Es en ese instante cuando el compañero de Auggie comprende la verdadera amistad y la fuerza indisoluble del cariño.
Un tono amable que pone al espectador en la cuerda floja de las emociones y que nos hace regresar a aquel tiempo en el que el colegio y la familia eran nuestros únicos universos. A buen seguro todos hemos conocido a un chico igual que Auggie. No es necesario tener deformidades para encontrar muchos ejemplos como él. Ahora el principal reto consistirá en empezar a ver el mundo que nos rodea desde los ojos de una infancia que nunca deberíamos haber olvidado.
En este enlace encontraréis el tráiler.
