Para los que somos de la generación de Barrio Sésamo, La bola de Cristal y el Un, dos, tres y tenemos hijos pequeños se puede decir que echamos de menos hoy en día ciertos programas en la tele. Será que nos hacemos mayores y nos volvemos nostálgicos, igual que les pasaba a nuestros abuelos con Cine de Barrio, pero recordar aquellos míticos programas y lo que aprendimos de ellos siempre tiene un punto de añoranza.
Con las películas nos pasa igual. Hemos crecido viendo historias de Superman, Batman, Indiana Jones o Parque Jurásico, y aunque luego se han hecho numerosas adaptaciones de estos conocidos personajes, con efectos especiales más espectaculares por la utilización de técnicas digitales más avanzadas, siempre tengo la sensación de que las ‘primeras’ películas eran más divertidas, tenían más argumento, aunque los efectos, vistos con los ojos de 2019, puedan parecer más rudimentarios.
Con las historias de Disney me ocurre lo mismo y con mis hijas llevo tiempo notándolo con algunas de ellas. Los viejos cuentos de princesas que esperan a su príncipe para ser rescatadas ya no les interesan, no se sienten representadas. La compañía también hace tiempo que ha tratado de innovar, con nuevos personajes y nuevos argumentos, más acordes con la nueva realidad de mayor igualdad entre hombres y mujeres, como no podía ser de otra forma.
Pero hay historias que han resistido mejor el paso del tiempo porque, visto con la perspectiva de los años, son argumentos más universales. Es lo que ocurre con el Rey León, una película que vi hace 25 años cuando se estrenó y que ahora con la nueva adaptación nos ha permitido a mi marido y a mí compartir con nuestras hijas las vicisitudes de Simba y su paso de la pubertad a la edad adulta. El ciclo de la vida, que dice la canción de Elton John.
Tanto nos gustó la película que decidimos que podría ser una buena idea invitar a las niñas por mi cumpleaños para ver el musical que lleva años representándose en el Teatro Lope de Vega de Madrid. Hay pocas obras de teatro, y menos musicales que no tengan la etiqueta de infantil, a los que poder ir con las niñas teniendo cierta certeza de que no les terminará cansando. Y la verdad es que no nos defraudó en absoluto.
Todo está pensado al milímetro para que la experiencia resulte de lo más fascinante (por favor, sería un delito perderse el principio. Algo imperdonable) Y nuestras hijas se quedaron con la boca abierta ante la impresionante puesta en escena, que no es nada artificiosa. Tengo que decir que yo ya había tenido la oportunidad de ver el montaje del Rey León hace unos años en Londres y os puedo asegurar que la versión española no tiene nada que envidiar. Es igual o mejor, tanto la escenografía como la profesionalidad de los actores y cantantes.
Y lo más importante, permite compartir un rato entretenido en familia en torno a una historia con la que todos nos sentimos representados, puesto que todos hemos atravesado en algún momento las etapas por las que Simba se ve obligado a pasar: el paso de la adolescencia a la edad adulta, los miedos, las dudas, el amor. Temas eternos y universales que luego son la excusa perfecta para plantear un debate a la salida del teatro, y que nuestros hijos se den cuenta de que podemos acompañarles en ese tránsito de la vida.