El llamado turismo cultural cada día gana más adeptos. Ha aumentado mucho el interés por saber de dónde venimos y qué manifestaciones artísticas o culturales han conformado las distintas identidades nacionales, regionales, raciales… Y, la verdad, no me puede gustar más la idea. Sin embargo, cuando se trata de viajar con niños, a veces me asalta una pregunta: puede que sepa la obra de Picasso, pero ¿qué sucede con el día a día? ¿conocen, dentro de sus posibilidades, lo que sucede hoy en esos lugares que visitan? Para mí, esta es la diferencia entre el turismo cultural y educativo. Mientras que el primero puede resultar en una acumulación de datos e información, el segundo transforma su visión del mundo y ¿qué mejor que encontrar nuevas visiones en lo que sucede a su alrededor y en la actualidad. En este sentido, quiero daros algunos consejos para poder hacer ese turismo educativo.
Cómo hacer turismo educativo
Buscar entornos racializados
Cuando hablo de entornos racializados, no hablo de un lugar, una obra de teatro o una película donde haya una persona o dos con razas distintas a la nuestra. Más bien lo contrario. Me refiero a escoger ciudades o barrios donde los racializados somos nosotros. Así, entraremos en contacto con otras culturas y hábitos: solo ir a un restaurante puede ser una experiencia increíble. Pero también sabremos de primera mano qué se siente cuando eres tú el diferente y tu diferencia, en apariencia, solo tiene que ver con el color de la piel, algo que no puedes cambiar y que es fruto del azar.
Visitar barrios segregados
Evidentemente, no hablamos de barrios conflictivos, sino de zonas de las ciudades habitadas mayoritariamente por ciertas comunidades, como sucede en Chueca con la comunidad LGTBI+, en Nueva York con los judíos ortodoxos… De nuevo, se verán a sí mismos como los diferentes, pero podrán interactuar con ellos, de forma que los sentirán más cercano. Teniendo en cuenta los movimientos de población que está habiendo, la diversidad sexual cada vez más visible,… cuanto menos resistencia pongan a esto fenómenos, la vida va a ser más fácil para ellos. Además, tomarán decisiones que afectan a su entorno con mayor conocimiento de causa
Comer es educar
Si le preguntas a los peques dónde quieren comer, la respuesta siempre será la misma: un burguer. Sin embargo, la comida tradicional puede considerarse como un monumento, una seña de identidad de la comunidad a la que pertenece. Sabemos también que los niños son muy reticentes a probar nuevas recetas, pero lo ideal es intentarlo. No obstante, hay muchos restaurantes preparados para el público infantil: no solo en sus instalaciones, sino también en la formación de sus trabajadores. De esta manera, podemos aprovechar la comida para explicar las características culturales de dichas culturas.
En cualquier caso, si esto no funciona, podemos optar por los mercados de la ciudad. Quien haya ido a la Boquería, por ejemplo, sabe de qué hablo. Son ambientes más atractivos para ellos y pueden suponer la misma oportunidad educativa que los restaurantes.
Visitar un parque normal de un barrio normal
Nos referimos a barrios burgueses donde viven personas que viven de su trabajo. Personas como nosotros. Cuando hacemos turismo, podemos dedicar unas horas a buscar ese barrio, mirar si tiene parque y llevarlos allí. Allí, se sienten entre iguales, por lo que les es muy fácil amigos nuevos, sin que tengamos que intervenir nosotros.
En los últimos tiempos, los profes se quejan mucho de que los peques y los adolescentes encuentran mucha dificultad a la hora de leer textos actuales o de interpretar películas ambientadas en entornos reales. Esto mismo sucede cuando se trata de interpretar lo que sucede en el mismo y de hacerse una opinión formada sobre los fenómenos que le rodean. Por ello, nos ha parecido muy interesante hablaros del turismo educativo y su diferencia con el cultural. Por supuesto, y como siempre, para que este funcione el diálogo y la reflexión en familia también es necesaria para ordenar lo que van absorbiendo.